La feria de las mentiras

Allá por enero de 2012, un grupo de grandes empresarios acudieron a la llamada del gobierno de España para, en un alarde de patriotismo desesperado, impulsar eso que se ha dado en llamar la “Marca España”.

Entre Margallo, José Manuel Soria -más conocido como “y también el sol”-, la ministra Pastor, y junto al Secretario de Estado de comercio, Jaime García Legaz, se encontraban los presidentes de treinta de las  principales compañías que ha parido este país,  algunas de las cuales, como todos sabemos, de español solo conservan el nombre.

No me voy a parar en todos los personajes, solo en dos, a los que me imagino en una esquina charlando, con una copa de vino carísimo, sobre el último resultado de la Ponferradina o del Numancia, no sé, por decir algo. Me refiero a los señores Luis Cacho, consejero delegado de Navantia y Antonio Brufau, presidente de aquella empresa privatizada no ha mucho tiempo, la potentísima Repsol.

Seguimos imaginando la escena y vemos que, tras la charla de rigor sobre como dar a conocer al mundo esa  fabulosa marca, ambos debatirían, digo yo que por algo estarían allí, sobre las medidas que tomarían para que, allende los mares, España, fuese conocida como un país moderno, tecnológicamente avanzado, con potencial para desarrollar grandes proyectos, y no solo, como un país de pandereta, por eso, terminada la jornada, se irían todos a comer a un restaurante también español, con cocineros españoles, para no perder la motivación.

Sin perder un minuto, siguiendo con nuestra interpretación de los hechos allí acaecidos, resolverían que, para predicar con el ejemplo, si tenían que construir unos buques gaseros, digamos cuatro, por poner una cifra al azar, que fuera aquí en España, para demostrar que nuestra tecnología de construcción naval es de las más avanzadas del mundo y, de paso, evitar que nuestros paisanos, los que consumen buena parte de la energía que producen, no perdiesen sus empleos . “Señor Cacho”-le dirían-“prepárese porque contamos con usted y con nuestro orgullo patrio, Navantia, una de las pocas empresas públicas que nos quedan (“rara avis”, creo que fue la expresión utilizada), para poner a flote nuestros buques. Todo por la marca!, gritaron con una expresión cercana al éxtasis”. Para ese momento ya habrían convencido a su gran amigo, Salvador Gabarró, presidente de la españolísima Gas Natural Fenosa, para que participase de esta fantástica y solidaria idea.

Pasado algún tiempo, al gobierno se le dio por presentar en Europa la famosa marca, todos estábamos expectantes, pero lejos de vernos reflejados en una imagen de país moderno, el encuentro más parecía una caseta de feria o una reunión alrededor de una “relaxing cup of café con leche”. Debió de ser ese el momento en el que la marca España se diluyó entre la espuma de las cañas y el jamón ibérico que por allí circulaba.

Mientras tanto, por aquí, por Ferrol, parece que no se explicó ni mucho ni muy bien lo de la marca. No sé que pasaría con estos incrédulos obreros del naval o si simplemente faltaron las presentaciones de powerpoint o fantásticos vídeos elaborados por Miguel Ángel Rodríguez, pero de la marca esa no se creyeron gran cosa, no paraban de hablar de algunos temas sin importancia: convenio justo y trabajo.

Igual algo tuvo que ver en esa incredulidad el que el presidente de nuestro pequeño país de las maravillas, sin ánimo electoralista, una semana antes de los comicios autonómicos ya nos había traído los regalos de reyes, aunque solo se tratara finalmente de cajas vacías con una nota cada una en el interior que decía algo así como “el regalo os lo doy más adelante, os doy mi palabra”.  Parece ser que eran unos floteles de una empresa petrolera mexicana que estaban supergarantizados. Incluso hay quien dice habérselo oído jurar por Snoopy.

Pero la cruda realidad es que, mientras el gobierno solo trabaja para aprobar leyes que recortan derechos y libertades de los ciudadano y acabar con lo poco público que nos queda, pretende transmitir una imagen de marca que solo existe en su imaginación, mientras, con todo el descaro del mundo, incluso después de la misa dominical, se reparten el botín.

La noticia de la marcha de los contratos de los cuatro gaseros de Repsol y Gas Natural  al astillero coreano Hyundai y al japonés Imbari, es simplemente una muestra más de como les importa a los grandes y patriotas empresarios españoles el país y la creación de empleo de nuestros paisanos, por no hablar de lo que piensan realmente de esa estúpida marca.

La estrategia para los astilleros parece sencilla: eliminar la más mínima esperanza de carga de trabajo para forzar, si cabe aún más, la máquina de los recortes laborales en un sector tradicionalmente a la vanguardia en la defensa de los derechos de los trabajadores de nuestra comarca, facilitando, llegado el caso, una posible venta a precio de ganga a cualquiera de esos grandes empresarios patrios o foráneos, porque en cuestión de capital no existe el racismo.

Disponer de un sur de europa pobre, con mano de obra barata, para que Alemania y sus compinches puedan competir con el gigante chino con sus mismas (y tenebrosas) armas, parece que es lo que nos ha tocado si no lo evitamos.

Pocas imágenes me emocionan más que la cabecera de este blog, Jesucristo en el tajo de Navantia, a la cabeza de las movilizaciones, en defensa de su dignidad de seres humanos, a favor de la vida y no de la muerte. Y aunque es probable que algunos de sus compañeros aún no  sean capaces de verlo, sabemos que es con ellos con quien está y no con ninguno de esos treinta indeseables.